En una conferencia reciente en el IESE, el sociólogo Emilio Lamo de Espinosa reflexionaba sobre el punto de inflexión en el que nos encontramos, dada la actual crisis económica y el imparable crecimiento de Asia, para concluir diciendo que en el futuro geopolítico “Europa ni está ni se le espera”.
Pero nuestro viejo continente jugó en el pasado un papel fundamental en la historia de la modernidad. Gracias a los europeos del s. XIX la sociedad civil consiguió derechos y nivel de vida jamás soñados hasta entonces. En palabras de Ortega, aquella época «colocó al hombre medio -a la gran masa social- en condiciones de vida radicalmente opuestas a las que siempre le habían rodeado. Volvió del revés la existencia pública»
Pero para Ortega, la evolución técnica y social que empezó hace dos siglos tenía también sus puntos oscuros: «pues acontece -y esto es muy importante- que ese mundo del siglo XIX y comienzos del XX no sólo tiene las perfecciones y amplitudes que de hecho posee, sino que además sugiere a sus habitantes una seguridad radical en que mañana será aún más rico, más perfecto y más amplio, como si gozase de un espontáneo e inagotable crecimiento. […] Todavía hoy muy pocos hombres dudan de que los automóviles serán dentro de cinco años más confortables y más baratos que los del día. […] El hombre vulgar, al encontrarse con ese mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la naturaleza, y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas estas facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatilizaría rápidamente la magnífica construcción.»
Para Lamo de Espinosa, Europa ha entrado en una época de decadencia. ¿Su causa? Si preguntásemos a Ortega, creo que apuntaría a la ausencia de los mejores y nuestra incapacidad de entusiasmo hacia los hombres directores. Y es que ya en los años 20 veía en España «un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia.»
¿Cómo recuperar en nuestra vieja sociedad la capacidad de asombro hacia los mejores?
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