¿Estás seguro de que sabes pensar?

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La pregunta podría ser insultante para un directivo. ¿Como no voy a saber pensar si estudié una carrera, he escalado en la organización, y tomo decisiones todo el rato?  Además, todo el mundo sabe que el ser humano ya desde niño es una maquina pensante súper potente, tanto que nada menos que el MIT tiene un laboratorio de investigación que profundiza en cómo discurren los bebés.  En una interesante charla TED, la profesora Laura Schulz viene a decir que ningún algoritmo de inteligencia artificial le llega a un bebé a la suela de los zapatos. Si la mente de un bebé es tan sofisticada, ¿como será la de un adulto maduro?

Y, sin embargo, la historia está llena de líderes que, llegado un momento, la han pifiado.  Y no sólo por defectos de carácter o de virtud (la soberbia, por ejemplo, ciega al más inteligente de los seres humanos). También por razonamientos erróneos. Por desgracia, ya son muchos los líderes políticos y empresariales de uno y otro bando y de muchos países que toman decisiones de extraordinaria relevancia con unos razonamientos que no se sostienen por ningún lado. La conclusión debe ser que hay gente realmente “zote”, a juzgar por las cosas que dicen y  hacen.

No obstante, conversaciones con amigos o colegas, en un entorno distendido y de mutuo respeto nos mostrarán que, la gran mayoría, “sabe pensar”. En este sentido, quizá la pregunta más adecuada sería, ¿podemos aprender a pensar mejor?

Nunca olvidaré la conversación con un alumno, ingeniero industrial de una de las mejores escuelas del país, que me decía algo así como “en tus clases, cuando opino algo y algún compañero debate mi idea, casi siempre me convence. Como yo no soy experto en Marketing, los argumentos de la otra parte me suenan con sentido, y yo no sé cómo responder. Me doy cuenta que me falta algo en mi formación, más allá de la teoría del marketing, que la he estudiado en los libros”

Me pareció una inquietud muy inteligente y que denotaba una gran humildad. En ese momento a mi me había dado por leer varios libros de lógica, una materia que hoy apenas se estudia en los colegios y universidades. La inquietud de este alumno me abrió un panorama sobre el que después he reflexionado mucho, aunque en algunas cosas mucho nunca es suficiente. Me di cuenta que a esta persona le habían enseñado cantidad sobre integrales, polinomios y principios físicos, pero nada de lógica. Probablemente, comparado con sus compañeros, estaba más preparado en muchas cosas, pero tenía una gran carencia: no sabía argumentar.

Es curioso cómo alguna gente inteligente y de cierto éxito en el mundo de los negocios adolecen de esta capacidad: no consiguen argumentar de una manera ordenada y efectiva. Algunos porque no saben escuchar. Otros porque toda idea contraria la toman como un ataque personal. Son defectos de carácter. Pero también los hay que no saben preguntar, detectar cierta falacia, entender lo que otro está diciendo, construir sus propios argumentos. Y no me atrevería a decir que no son inteligentes. Simplemente, les falta formación en el arte de la lógica. Probablemente, a casi toda nuestra generación nos falte en mayor o menor medida.

Las escuelas de negocio y también muchos colegios y Universidades han lanzado cursos de oratoria. En mi opinión, aunque no quito mérito a estas iniciativas, me parece mucho más importante ayudar a encontrar la verdad que a convencer. Porque, no lo olvidemos, podemos convencer a muchos en el error. ¿Cómo será el futuro en un mundo de posverdad, donde circulan tantas noticias falsas, los jóvenes están 3 horas al día conectados al móvil, y se discute a golpe de tuit, si no sabemos pensar?

Si no aprendemos a pensar, a pensar mejor, seremos presa de políticos populistas o nacionalistas que, como decía Fernando Savater, “nos quieren más pequeños para que seamos más suyos.” Si no sabemos pensar, un amigo nos convencerá de una idea errónea, idea que puede marcar nuestra existencia. Si no sabemos pensar, no sabremos salir de nuestros errores o de pasiones desbocadas, en las que nos metimos nosotros solitos. Si no sabemos pensar,  ¿cómo tomaremos buenas decisiones como directivos?

Aprender a pensar no es garantía de encontrar la verdad; hace falta también cultivar el jardín de nuestras virtudes. Sin humildad, sin ser sinceros con nosotros mismos, sin amor y respeto al prójimo, por mucha lógica que aprendamos, es muy probable que esta la acabemos usando de manera torticera.

En definitiva, sin saber pensar seremos menos libres y peores líderes.