La semana pasada tuve la suerte de escuchar la novena sinfonía de Mahler, interpretada por la Boston Symphony Orchestra. Dado que mis conocimientos en música clásica son más bien limitados, le comenté socarronamente a mi esposa la “cara” que tenía el de los platillos. Y es que, en toda la obra, no creo que tenga que levantarse más de cuatro veces. ¡Menudo chollo de trabajo! Aunque un poco aburrido, eso sí.
Sin embargo, la realidad es que los platillos ejercen un impresionante efecto sobre la audiencia. De repente, cuando uno menos lo espera, el señor de los platillos se levanta y estrella uno contra el otro con tal fuerza que los sentidos se olvidan de violines, trompetas y clarinetes. El espectador fija la mirada en nuestro protagonista, mientras aquel sonido, que no es feo ni bonito, le penetra hasta lo más hondo.
Y en mi ignorancia, pensé que debía de haber alguna razón muy profunda por la que un gran compositor como Mahler hubiese querido disponer de este instrumento. Y me preguntaba si en las empresas no deberíamos también tener a un “señor de los platillos”. Alguien que nos despierte, con un sonido estridente si hace falta, cuando nos desviamos de nuestra misión, nos dormimos o nos acostumbramos a lo que hacemos.
Y bien, ¿cómo y cuándo hacer sonar los platillos?
Foto: platillos, By icorresa